Nombran a Jesús Otamendiz ministro de Trabajo: ¿nuevo rostro, misma política?

Imagen: Facebook Gobierno provincial de la Habana
El reciente nombramiento de Jesús Otamendiz Campos como nuevo ministro de Trabajo y Seguridad Social no sorprende a nadie. La estructura política cubana funciona con una lógica de automatismo: cuadros que hacen carrera dentro de las organizaciones juveniles y partidistas, repiten el guion de obediencia y terminan ascendiendo hasta cargos ministeriales. Lo que se anuncia como una promoción “basada en resultados” es, en realidad, la consagración de la continuidad burocrática.
De la UJC al Ministerio: un camino ya escrito
Otamendiz no llega como una figura renovadora ni como alguien ajeno al aparato. Su currículum habla por sí mismo: militante disciplinado desde la Unión de Jóvenes Comunistas, funcionario del programa de Trabajadores Sociales, luego director dentro del propio ministerio, viceministro, vicegobernador y ahora ministro. Es decir, un cuadro moldeado, reciclado y reubicado según la necesidad del momento.
La pregunta es inevitable: ¿qué novedad puede traer alguien que formó parte del mismo engranaje que hoy se muestra gastado e incapaz de responder a las demandas sociales?
Una herencia incómoda

Imagen: Canal Caribe
El relevo ocurre tras la renuncia de una ministra recordada más por su frase lapidaria que por sus logros: “en Cuba no existen mendigos”. Una afirmación que pretendía borrar de un plumazo lo que todo cubano sabe y ve a diario en las calles: personas en situación de indigencia pidiendo comida, durmiendo en parques o sobreviviendo gracias a la solidaridad de extraños. Ese comentario retrata el gran problema del Ministerio: el divorcio entre los discursos oficiales y la realidad social.
La realidad que se niega a esconderse
Hoy en Cuba el trabajo formal no garantiza sustento, los salarios estatales pierden su valor en cuestión de días, y el trabajador promedio sobrevive entre colas, escasez y la presión de un mercado interno dolarizado al que apenas puede acceder. Mientras tanto, el ministerio se vanagloria de programas sociales cada vez más precarios, incapaces de frenar el crecimiento visible de la desigualdad, la pobreza y la exclusión.
El éxodo masivo de profesionales es también un reflejo de esa crisis: médicos convertidos en taxistas en el exterior, ingenieros que terminan limpiando mesas, porque en Cuba su salario no alcanza ni para alimentar a la familia.
Continuidad disfrazada de renovación
¿Será Otamendiz diferente? Difícil de creer. El nuevo ministro es presentado como la “reserva inmediata” de su antecesora, lo que en clave política significa que ha sido parte de la misma visión que falló en reconocer la pobreza extrema y que no supo responder a las necesidades de los trabajadores. No hay señales de que cambien las prioridades: se seguirá defendiendo el discurso oficial, aunque choque de frente con la experiencia de la calle.
Un ministerio que necesita más que obediencia
En un país donde ser trabajador estatal siempre fue sinónimo de estabilidad y orgullo, hoy se impone la decepción. Muchos se sienten abandonados, porque el ministerio que debería velar por su bienestar parece más interesado en repetir consignas que en diseñar soluciones reales.
El reto de Otamendiz no es menor: reconocer lo que hasta ahora se ha negado. Aceptar que hay mendigos. Que hay hambre. Que hay desigualdad. Y que no bastan discursos para esconder lo que salta a la vista en cada esquina de La Habana y en tantas provincias.
Hasta entonces, este nombramiento no será más que otra pieza en el engranaje de la continuidad, otro rostro nuevo promovido para hacer lo mismo de siempre: administrar la crisis, tapar el sol con un dedo y mantener el relato oficial intacto.
