
Captura de pantalla del facebook de Lázaro Manuel Alonso
Cuba amanece con noticias que de manera implícita sabemos que representan más apagones. El anuncio del periodista Lázaro Manuel Alonso este sábado en Facebook —advirtiendo un déficit de 1,744 MW de electricidad para la noche de este sábado, arrastrando la inminente desconexión de una patana de 240 MW en La Habana— no fue más que una gota amarga en un océano de desesperanza que inunda a los cubanos. Palabras sobrias, cifras precisas, pero detrás de ellas, la realidad se traduce en alimentos que se derriten, niños que no concilian el sueño y un país sumido en la oscuridad física y existencial.
“Casi 24 horas sin corriente”: los apagones son la cotidianidad convertida en resistencia
En las últimas jornadas, numerosas provincias cubanas han vivido apagones de hasta 24 horas, un extremo solo comparable con las peores etapas del llamado “Período Especial”. No se trata de situaciones aisladas: la Unión Eléctrica ha pronosticado desde hace semanas déficits superiores a los 1,600 MW en los horarios de máxima demanda —un techo que julio y agosto han superado con creces.
El simple acto de preparar una comida o almacenar alimentos se ha convertido en un desafío de supervivencia ante neveras inertes y cocinas apagadas.
Por si fuera poco, la llegada reciente de la patana turca, publicitada como un “respiro técnico”, terminó confirmándose como una visita efímera: solo estaba en el país para ser sometida a pruebas técnicas y regresará a su punto de origen sin aliviar la crisis energética.
Más grave aún fueron las explicaciones ofrecidas por el propio director de electricidad del Ministerio de Energía y Minas —que, aunque intentó ser tranquilizador, admitió entre líneas que la desconexión de la patana “por razones comerciales” acentuará la presión sobre un sistema al borde del colapso.
Cuba al límite del colapso energético
Tras años de advertencias ignoradas, Cuba enfrenta un colapso energético sin precedentes en décadas. Las causas son bien conocidas: termoeléctricas obsoletas, paros por mantenimiento imprevistos, falta de repuestos y, sobre todo, carencia crónica de combustibles importados.
La entrada “positiva” de la termoeléctrica Antonio Guiteras y de Energas 4 es apenas un breve respiro frente a la salida —frecuente y cada vez más prolongada— de otras plantas clave.
Experts y ciudadanos coinciden en una verdad incómoda: la infraestructura eléctrica está envejecida, carente de inversiones, y el Estado parece incapaz de revertir el ciclo descendente. Cada corte eléctrico multiplica la frustración de pequeñas empresas, trabajadores y familias, deteriora el ánimo nacional y espanta al turismo.
Durante la última semana, medios independientes y canales oficiales han reportado que el “déficit brutal” en generación mantiene a la isla en una “tendencia ascendente” de apagones, con provincias donde la electricidad llega solo por horas y se va cuando más se necesita. En redes sociales proliferan testimonios de familias que optan por dormir en portales o aceras, buscando un soplo de brisa ante ventiladores muertos.
“La desesperanza que representa lo de la patana”

Foto: Otmaro Rodríguez
La inesperada entrada —y pronta salida— de la patana en La Habana es metáfora perfecta de la desesperanza: una solución anunciada a bombo y platillo que, en realidad, no resolverá nada y deja a miles preguntándose cuánto más podrán resistir.
La Unión Eléctrica, lejos de ofrecer respuestas concretas, multiplica las explicaciones técnicas sobre “disparos fortuitos” y “obstáculos comerciales”, mientras los cubanos solo ven incrementarse las colas por gasolina, pan y agua potable.
La desconexión de la patana, junto a una producción solar aún testimonial comparada con la demanda real, subraya la falta de un plan efectivo a mediano plazo y la absoluta dependencia de importaciones, muchas veces restringidas por factores geopolíticos y burocráticos.
El ánimo social ante tantos apagones: entre resignación y rabia
Observar los comentarios en redes sociales es suficiente diagnóstico. El hastío es generalizado; las comparaciones con los años noventa ya no son exageración sino realidad cotidiana.
Los cubanos atraviesan la crisis eléctrica más dura en más de 30 años —y, lejos de ver luz al final del túnel, algunos contemplan el futuro con la resignación de quien ya perdió la paciencia, la fe y los sueños bajo una oscuridad persistente.
Así, la crónica de Lázaro Manuel Alonso no sólo recoge cifras; es también un parte de guerra silenciosa contra la oscuridad, la improvisación y la desmemoria. Un país sin electricidad es un país sin horizonte: lo que se apaga no es solo la luz, sino también la esperanza.