Randy Alonso y el pan de la élite: una reflexión sobre el privilegio y la hipocresía en Cuba

Randy Alonso y el pan de la élite: una reflexión sobre el privilegio y la hipocresía en Cuba / Foto: La Tijera
¿Quién paga el pan de Randy?
No es solo una panadería. Aceña es símbolo de algo mayor. De una separación cada vez más marcada entre pueblo y poder. Un pan de ese lugar puede costar lo mismo que la pensión mensual de un jubilado. Un desayuno ahí puede equivaler al salario de un médico cubano. Y, sin embargo, quienes deberían dar el ejemplo de austeridad y compromiso son los primeros en vivir como millonarios… sin haber producido nunca riqueza real.
Randy Alonso no es un funcionario más. Es uno de los rostros más visibles de la propaganda oficial. Su discurso llega a millones. Su voz pretende moldear conciencias, generar empatía, construir confianza. Pero, ¿qué legitimidad puede tener un vocero que predica la escasez desde el confort? ¿Qué autoridad ética puede tener alguien que habla de “compromiso revolucionario” mientras degusta panes artesanales al estilo europeo?

Randy Alonso y el pan de la élite: una reflexión sobre el privilegio y la hipocresía en Cuba / Foto: La Tijera
La desconexión del poder
El episodio de Randy en Aceña no es aislado. Forma parte de una tendencia más amplia: la consolidación de una casta dirigente que vive, se alimenta, se viste y se transporta de manera radicalmente distinta a la mayoría. Esta casta no hace cola, no compra con libreta, no se sienta en el agro a discutir si hay boniato o no. Vive en otra Cuba.
Y en esa otra Cuba hay pan siempre. Pan sin cola, pan sin angustia, pan sin libreta. Pan sin patria.

Randy Alonso y el pan de la élite: una reflexión sobre el privilegio y la hipocresía en Cuba / Foto: La Tijera
Una reflexión necesaria
Más allá de la indignación inicial, el caso de Randy debe hacernos reflexionar sobre un fenómeno mucho más profundo: la pérdida total de confianza en un discurso que ya no se sostiene con hechos. La “resistencia creativa” no puede ser un eufemismo para la pobreza, mientras los voceros del sacrificio viven como burgueses. No se puede pedir ética colectiva desde la hipocresía individual.
La brecha entre lo que se dice en pantalla y lo que se vive en la calle nunca ha sido tan grande. Y si el pan de Aceña tiene algo que decirnos, es que el hambre en Cuba no es solo material: es también un hambre de coherencia, de verdad, de respeto.