¿Quién le pone el cascabel a la papa?
Así podría titularse esta crónica amarga de la reciente cosecha de papa en la Isla de la Juventud. Porque en Cuba, donde la comida es un tema diario y doloroso, la noticia de que “se perdió la cosecha de papas” no puede pasar como un dato más.
Es una tragedia agrícola que toca la mesa del cubano de a pie, y que, una vez más, deja en evidencia errores en la planificación estatal y el divorcio entre los que toman decisiones y los que realmente entienden la tierra.
Según reporta el periódico local Victoria en su artículo “Todos los huevos en una misma canasta”, la cosecha de papa de esta temporada fue un fracaso rotundo:
Más de 90 toneladas de semilla importada se malograron sin que nadie —hasta ahora— asuma claramente responsabilidades.
La historia del fracaso: decisiones desde arriba, pérdidas desde abajo

Osmar Enrique productor experimentado en este cultivo FOTO Wiltse Javier Peña Hijuelos
El proyecto parecía ambicioso: sembrar más de 60 hectáreas de papa, concentrando todo el esfuerzo en un único campo agrícola en la zona de Mella, al sur de la Isla de la Juventud. Las autoridades, en su afán de lograr mayor eficiencia y control, decidieron centralizar la siembra, en vez de diversificarla en varias fincas como se hacía antes.
Pero la tierra —y el clima— no entendieron de centralización. Las lluvias no dieron tregua, y la falta de condiciones adecuadas para la conservación de la semilla hizo el resto. Como dijo un productor local al Victoria, “la semilla se entregó tarde, sin haberse refrigerado correctamente y con lluvias encima. Así no se puede hacer milagros”.
El resultado fue devastador: campos enteros sin germinación, plantas débiles, cosechas mínimas. Y con eso, se fueron a bolina miles de pesos invertidos, horas de trabajo de los agricultores, y sobre todo, la esperanza de miles de familias de poder comprar unas papas a precio razonable.
¿Por qué se sigue ignorando al campesino?

Foto: Cerosetenta
Este no es solo un problema técnico. Es también una muestra del mal que arrastra Cuba desde hace décadas: un modelo agrícola centralizado, vertical y muchas veces sordo ante la experiencia campesina.
“Nosotros advertimos que sembrar todo en un mismo lugar era arriesgado, que la tierra ahí no es la mejor, pero nadie nos oyó”, comenta un productor citado en el reportaje.
Y es que la agricultura no es una industria de botón y planilla: es saber cuándo sembrar, cómo y dónde; es oler la tierra, leer el cielo, respetar los ritmos naturales. Cosas que difícilmente entienden quienes firman las órdenes desde un buró en La Habana.
Impacto en la alimentación del cubano: la papa que no fue

Foto: Radio Mayabeque
Más allá de las cifras, lo que duele de verdad es lo que esta pérdida significa para el cubano común. En un país donde la papa es un alimento básico, de los pocos que aún se pueden preparar de mil maneras distintas para estirar el plato, la noticia de que no habrá papa en el mercado es como un golpe al estómago.
Los cubanos dentro y fuera de la Isla lo saben: cuando no hay papa, lo que hay es más hambre, más colas, más frustración. Y en estos tiempos donde hasta el arroz escasea, perder una cosecha así no es un simple fallo, es un golpe directo a la mesa familiar.
¿Y ahora qué sin papa?
El gobierno ha prometido “analizar las causas” y “buscar soluciones”, pero el problema es más profundo. Cuba necesita una reforma agrícola real, donde los campesinos tengan voz, donde no se impongan métodos desde arriba, donde se invierta con lógica y no con urgencias políticas.
No se trata de culpar por culpar, sino de aprender. Como dice el dicho, el que no oye consejo, no llega a viejo. Y en Cuba, si no se escucha a quienes saben cultivar la tierra, seguiremos cosechando fracasos.
Conclusión: cuando la tierra se cansa de esperar
La historia de la cosecha de papa en la Isla de la Juventud no es solo una anécdota triste: es un espejo de lo que pasa en toda Cuba. Una tierra fértil, un pueblo trabajador, pero una estructura que no funciona.
Y mientras tanto, la papa —ese humilde tesoro— sigue faltando en los mercados y en los hogares, como una promesa incumplida.
Porque en Cuba, la comida no es un lujo: es un derecho, y también un termómetro del país.