La noche del viernes 16 de mayo de 2025 quedará grabada en la memoria cultural de La Habana. El Gran Teatro Alicia Alonso fue testigo de un acontecimiento que trasciende el mero espectáculo: el esperado regreso del Ballet de Montecarlo con el estreno de Core Meu (Mi Corazón). Una velada que, más allá de la impecable ejecución técnica, se vivió como un símbolo de reencuentro y celebración entre dos universos artísticos que se admiran mutuamente.
Un reencuentro esperado: la magia del Ballet de Montecarlo en la isla

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No es la primera vez que el Ballet de Montecarlo pisa los escenarios habaneros. Quienes asistieron a la inolvidable función de “Cenicienta” en 2015 aún recuerdan la ovación cerrada y la emoción colectiva. Desde entonces, la compañía dirigida por Jean-Christophe Maillot ha evolucionado, consolidando un estilo propio que fusiona la tradición clásica con una visión contemporánea, arriesgada y profundamente emotiva.
El regreso a La Habana, tras una década de ausencia, no es casualidad. Es el resultado de un diálogo constante entre la compañía y el público cubano, conocido por su sensibilidad y exigencia. La ciudad, con su atmósfera única, se convierte en un escenario donde la danza se vive con intensidad, donde cada función es una fiesta y cada aplauso, una declaración de amor por el arte.
Core Meu: técnica, pasión y una poética del movimiento
La presentación de Core Meu (Mi Corazón) fue, en todos los sentidos, una experiencia sensorial. Maillot, fiel a su sello, propone una coreografía que explora los matices más íntimos de la emoción humana, desafiando a los bailarines a un despliegue físico y expresivo de alto voltaje. El resultado: una pieza vibrante, donde la musicalidad, la precisión de los portés y la calidad de los arabesques se funden con una narrativa visual que conmueve y sorprende.
La compañía demostró, una vez más, su dominio del lenguaje neoclásico, pero también su capacidad para reinventarse.
Destacaron los solistas, que supieron transmitir la complejidad emocional del montaje, y el corps de ballet, cuya sincronía y energía colectiva elevaron cada escena. El público, atento y entregado, respondió con una ovación que se extendió varios minutos, confirmando la conexión profunda entre la audiencia cubana y el Ballet de Montecarlo.
Una noche de gala: presencia real y repercusión cultural

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La velada contó con la presencia especial de la princesa Carolina de Mónaco, presidenta de la compañía, quien fue recibida con calidez y respeto por las autoridades y el público. Su presencia subrayó el carácter excepcional del evento y la dimensión internacional de este intercambio cultural. No es menor el detalle: en un mundo donde los puentes culturales a veces parecen frágiles, noches como esta reafirman el poder de la danza para tender lazos y celebrar la diversidad.
La repercusión no se hizo esperar. Críticos, bailarines y amantes del ballet coincidieron en destacar la calidad artística y el impacto emocional de la función. En redes sociales, las imágenes de la gala y los comentarios entusiastas multiplicaron el eco de una noche que ya se perfila como uno de los hitos culturales del año en Cuba.
Ballet de Montecarlo: tradición, innovación y un público fiel en La Habana
El Ballet de Montecarlo ha sabido ganarse un lugar privilegiado en el corazón del público habanero. Su propuesta, que combina rigor técnico y audacia creativa, encuentra en La Habana un escenario ideal: aquí la danza se vive y se siente, se celebra y se comparte. Este reencuentro, más que una simple función, fue una declaración de principios: el arte, cuando es auténtico, sigue siendo un puente indestructible entre culturas y generaciones.
La presentación la víspera fue más que un estreno. Fue la confirmación de que La Habana y el Ballet de Montecarlo comparten un mismo latido: el de la pasión por la danza, la belleza y la emoción compartida. Un latido que, sin duda, resonará por mucho tiempo en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de vivirlo.