La noción de prosperidad industrial suele acompañarse con imágenes de avance y modernidad. Sin embargo, en el municipio cubano de Moa, provincia de Holguín, el crecimiento económico viene impregnado de una realidad mucho más cruda: una contaminación persistente y devastadora, alimentada por décadas de actividad minera, cuya factura recae, día tras día, sobre los pulmones de la población local.
Causas de la contaminación: el precio del níquel

Contaminación en Moa Holguín. Foto: Collage Facebook Mario J Pentón y Yulieska Hernández García
El epicentro del drama ambiental de Moa se encuentra en la industria del níquel, especialmente en la planta Comandante Ernesto Che Guevara. Esta instalación, operada por el Estado cubano, se erige como la principal fuente de emisiones tóxicas en la región.
Los procesos industriales generados aquí, sin modernos sistemas de filtración y con frecuente mal funcionamiento de los electrofiltros, liberan a la atmósfera nubes de polvo con metales pesados y gases como dióxido de azufre y de nitrógeno, así como partículas finas (PM10 y PM2.5), en niveles que superan ampliamente los estándares internacionales de calidad del aire.
No solo el aire sufre: los vertidos constantes de residuos industriales han contaminado los ríos y la bahía de Moa, provocando la casi extinción de la pesca artesanal y la pérdida de biodiversidad.
Bajo el hollín que cubre casas, árboles y hasta la piel de los vecinos, se esconde una emergencia de salud pública: la incidencia incrementada de enfermedades respiratorias agudas, cáncer de pulmón, asma infantil y otras patologías crónicas constituye una realidad cotidiana evocada con rabia y desesperación por los habitantes.
“Lo que sale de tu garganta es negro. Es como si respiráramos veneno. Esta gente nos está matando lentamente”, narran los vecinos, refiriéndose al polvo tóxico que se cuela por puertas y ventanas y hace del acto de respirar un privilegio.
La denuncia ciudadana por contaminación: una carta abierta que interpela al poder

Captura de pantalla del Facebock de Lara
En este contexto, la acción de la activista Yamilka Lafita Cancio (Lara Crofs en redes) ha sido un catalizador de la indignación colectiva. Su carta abierta, que hasta hoy suma 431 firmas, exige respuestas concretas y medidas urgentes a las autoridades.
Reclama justicia ambiental y transparencia, pero también investigación independiente, modernización real de los sistemas de filtrado, atención médica y, sobre todo, el reconocimiento público del daño causado.
Los firmantes piden dejar de lado los paliativos retóricos y demandan acciones reales y verificables. Entre las principales exigencias figuran:
– La instalación inmediata de tecnologías limpias y filtros industriales funcionales.
– Publicación de estudios independientes sobre el impacto ambiental y sanitario.
– Creación de una comisión de vigilancia ambiental con participación popular.
– Prioridad en la atención a niños, ancianos y enfermos crónicos.
– Que el Estado asuma la responsabilidad institucional.
La carta, titulada “Moa respira veneno”, advierte: “Respirar no puede seguir siendo un acto de riesgo. Vivir en Moa no puede ser una condena”.
Respuesta de las autoridades por la contaminación en Moa: tecnicismos y opacidad
Frente al clamor popular, la reacción del Ministerio de Energía y Minas (MINEM) ha sido defensiva. Aunque reconocieron la existencia de emisiones por encima de lo permitido, atribuyeron el episodio más reciente a un “paro planificado” y a fallos técnicos en los electrofiltros, insistiendo en que “se cumplen los protocolos” y se ejecutan “acciones de contingencia”.
Sin embargo, los propios habitantes perciben estas explicaciones como insuficientes, cuando no como excusas repetidas. La ausencia de medidas estructurales y el uso de la retórica legalista contrastan con el sufrimiento diario de Moa.
El contraste con el discurso oficial: Cubambiente y la invisibilización

Convención de Medio Ambiente en Cuba/ Foto: ACN
Paradójicamente, mientras Moa clama por auxilio, en La Habana se celebraba la XV Convención Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo “Cubambiente 2025”.
El evento, vitrina oficial para exhibir proyectos “innovadores” y casos de éxito ambiental, ha sido promovido tanto en prensa nacional como internacional con un discurso optimista, enfocado en la sostenibilidad, la educación ambiental y la cooperación.
Pese al despliegue mediático, ni una sola mención se hizo en la agenda pública a la emergencia de Moa, ni a la carta abierta contra la contaminación. El contraste resulta dolorosamente elocuente: mientras Cuba exhibe resultados positivos en la gestión ambiental, miles de sus ciudadanos continúan respirando veneno invisible, sin acceder a debates ni soluciones.
¿De qué sirve un progreso que envenena?
Resulta inevitable preguntarse, a la luz de este drama silenciado, ¿de qué sirve el desarrollo, si la salud y la dignidad de quienes lo sostienen no son protegidas? ¿Cómo puede hablarse de sostenibilidad mientras comunidades como Moa llevan décadas demandando atención y justicia?
El silencio institucional, la opacidad en la información y la criminalización de la denuncia solo profundizan la brecha entre las declaraciones de buena voluntad y la dura realidad cotidiana. Moa es hoy un espejo incómodo para Cuba y para cualquier país donde el progreso industrial se conquiste a expensas del bienestar colectivo.
La situación de Moa obliga a una reflexión colectiva e inaplazable: nada puede justificar que el acceso al aire limpio se convierta en el privilegio de unos y la condena de otros. El desarrollo sostenible no es un eslogan, sino un deber político, ético y humano. Los firmantes de Moa lo recuerdan con fuerza: “Respirar no debe ser un privilegio”. Sus voces —y el polvo que las sofoca— merecen, al menos, ser escuchadas.