Al fin un adiós a Ulises Guilarte, el gritón de tribunas. La crónica política cubana tiene la extraña costumbre de sacar de la chistera largas estadías en el poder, pero cuando finalmente alguien cuelga la gorra, la isla se sacude (aunque por pura formalidad). Ulises Guilarte de Nacimiento –sí, ese mismo que lleva 12 años como la cara visible de la Central de Trabajadores de Cuba– se despide de su cargo. ¿Alguien recuerda algún logro concreto? Apartando manuales de optimismo estatal y discursos sobre una “fuerza obrera revolucionaria”, la respuesta es: poco y nada.
12 Años de mandato de Ulises Guilarte: Si el tiempo en el poder fuera la solución
Supongamos que la permanencia de Guilarte sirvió para algo: habría fábricas funcionando, salarios decorosos y, quizás, menos colas en la carnicería que en el acto político. Pero el cubano de a pie, ese que camina bajo el sol achicharrante y la sombra del desabastecimiento, sabe que los discursos de “unión y resistencia” son más abundantes que el arroz en el plato. El verdadero legado de 12 años de Guilarte es ese: mucho verbo, poco pan.
La nota oficial se cuida de no hablar de destitución. En cambio, asegura que a Guilarte «se le asignarán otras responsabilidades», una fórmula común en la cúpula del régimen para encubrir ceses o movimientos forzados.
El circo del relevo: Cambiar el nombre sin resolver el problema
Foto: Facebook de Orestes Eugelles
Como es costumbre en la institucionalidad cubana, la entrega del cargo viene envuelta en homenajes, aplausos automáticos y frases rimbombantes sobre “el compromiso con la clase obrera”. Pero de esas promesas el cubano ya está curado de espanto. Nuevo jefe, nuevas promesas, mismo libreto rancio. Cualquier intento de esperanza se disuelve entre los gritos de “revolución” y “continuidad”, porque aquí no se cambia la película: apenas se reemplaza el protagonista.
El cubano de a pie: El verdadero héroe anónimo
Mientras los altos funcionarios encadenan años en la poltrona, el pueblo carga con la rutina diaria del “resolver”. Doce años en el cargo para Guilarte significaron doce años de aguante para los trabajadores: precios inalcanzables, doble moneda, apagones, inventiva para el rebusque, y la eterna pregunta: ¿para qué sirve la Central de Trabajadores, además de organizar actos cada 1ro de mayo?
Tal vez Guilarte sienta que cumplió una misión histórica. Tal vez algún funcionario escriba una oda a su “entrega y lealtad”. Pero el cubano corriente sabe lo que hay: tras un lustro y pico de palabras, pocos resultados. Los sindicatos no garantizan nada más allá de la presencia en celebraciones y el voto unánime en asambleas. Por eso, cuando al fin uno de los mandatos eternos dice adiós, el pueblo lo observa con la misma ironía con la que ve una nueva promesa de leche cada mañana.