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“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

by Chela
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Disfrazando la realidad: la frase que encendió la indignación

En pleno Parlamento cubano, mientras los ojos de la nación y los oídos atentos del pueblo buscaban respuestas a la crisis, la ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó Cabrera, soltó una frase destinada a ser viral (y dolorosa): “En Cuba no hay mendigos”. Para más asombro, completó: “No son mendigos, están disfrazados de mendigos. Han encontrado un modo de vida fácil para ganar dinero y no trabajar con las formalidades que corresponde”.

En cuestión de minutos, las redes sociales ardieron, y muchos no tardaron en responder con mordacidad: “Debe ser que también hay gente disfrazada de ministra’”. La ministra no solo negó la existencia de la mendicidad, sino que señaló a quienes rebuscan en la basura o piden limosna como “simuladores, borrachos e ilegales” que buscan esquivar al fisco, no como personas en situación de vulnerabilidad.

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

Cibercuba

Sin anestesia, la funcionaria intentó encubrir lo inocultable: las calles cubanas muestran, día tras día, rostros marcados por el hambre y la exclusión social. Para quienes caminan por esas calles, la frase no solo suena irreal, sino ofensiva.

La Cuba del “no hay pobreza” y la Cuba de la calle

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

Las palabras de Feitó no solo cayeron mal entre la ciudadanía, sino que fueron rebatidas por observadores, economistas y hasta por cifras oficiales manipuladas que, aun con su maquillaje, revelan grietas irreparables.

Durante debates anteriores, otras autoridades reconocieron la existencia de “personas con conducta deambulante”, un eufemismo burocrático para no decir mendigos, y hasta se contó la existencia de más de 3,700 personas internadas en centros de protección social por vivir en la calle. Ellos, ¿estarán disfrazados también?

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

Hasta el propio Díaz-Canel, en una visita reciente, admitió la proliferación de mendigos y menesterosos. Irónicamente, cuando el debate sobre mendicidad incomoda al poder, todo intento es reprimirlo, negarlo o criminalizarlo.

Pero el propio Tribunal Supremo ha publicado artículos en la prensa oficial, reconociendo la existencia de la mendicidad, aunque la presenta como un fenómeno “incompatible con el proyecto social cubano” que debe ser erradicado… con penas de cárcel y multas.

La socióloga Elaine Acosta, desde el Cuban Research Institute, fue tajante: “Continuar encubriendo el aumento del empobrecimiento de la población hace al Gobierno cubano doblemente responsable: por causarlo y por ocultarlo, en vez de buscar soluciones”.

La situación no esconde su gravedad: millones de cubanos sobreviven con salarios insignificantes mientras el costo de los alimentos se dispara hasta el absurdo. La mala gestión, la inflación y el empobrecimiento masivo producen una realidad que avergüenza y duele, aunque desde el podio parlamentario la interpreten con cinismo.

Contradicciones oficiales: Quisicuaba, el orgullo del Estado… ¿y los “no mendigos”?

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

Foto: Facebook del proyecto

Aquí radica una de las contradicciones más grotescas del discurso oficial cubano. Por un lado, la ministra niega públicamente que existan personas en situación de mendicidad.

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

Presidente del parlamentocubano en visita a Quisicuaba/ Foto: Asamblea Nacional del Poder Popular

Por el otro lado, el propio régimen aplaude y financia –como muestra de su sensibilidad social– proyectos como Quisicuaba, en Centro Habana, cuyo principal objetivo es alimentar a más de 3,000 personas diariamente, entre ellas habitantes de la calle y ciudadanos identificados por el Estado como vulnerables.

“En Cuba no hay mendigos”: niega Feitó la pobreza creciente

Fotos del Facebook del proyecto Quisicuaba

Si en Cuba de verdad no hubiera mendigos, ¿para quiénes son las raciones de comida, la atención médica y los programas de reinserción que promueve el proyecto Quisicuaba y que tanto anuncian en la prensa oficial y en visitas de altos dirigentes? La respuesta es demasiado obvia para quienes caminan por las calles de La Habana y ven el deterioro humano multiplicarse.

Quisicuaba, fundado para enfrentar el mismo fenómeno que la ministra niega, es visitado y felicitado por autoridades del régimen, que lo presentan como estandarte de humanismo socialista. La realidad es que su existencia y crecimiento responde al aumento de la pobreza severa, una verdad que ni todo el aparato propagandístico puede esconder.

Estrategia de negar: del cinismo a la deshumanización

Lo más grave de las declaraciones de Feitó Cabrera no radica solo en su insensibilidad, sino en cómo el Estado pretende transformar la pobreza en delito, al catalogar como ilegales, borrachos o simuladores a quienes sobreviven en los márgenes. Es una manera de culpabilizar a las víctimas y de justificar la represión, usando el Código Penal para castigar, no para ayudar.

Negar lo que vive cada cubano en sus calles es una afrenta a la dignidad y una estrategia vacía para intentar conservar la legitimidad política. Pero la careta se cae cuando se conoce la verdadera Cuba: la que no ve la ministra desde la ventanilla de su auto oficial.

La realidad que todos ven (y el poder intenta ocultar)

Quien haya recorrido La Habana, Matanzas, Holguín o Santiago sabe que, lejos del relato idílico, la mendicidad en Cuba es una evidencia dolorosa, visible ante los ojos más necios. Turistas y locales se sorprenden por escenas que antes eran raras y ahora se multiplican.

La negación oficial no resiste el contraste con la realidad ni el escrutinio internacional. No solo hay mendigos, sino una pobreza atroz que el Estado, cada vez más, es incapaz de ocultar o disimular.

El cinismo de quienes niegan la miseria mientras aplauden proyectos para paliarla es un insulto. La Cuba real duele y también indigna. El problema no se resuelve llamando “disfrazados” a quienes carecen de todo, ni persiguiéndolos por las calles. La solución, aunque el gobierno se niegue a verla, pasa por reconocer la crisis, no por disfrazarla.

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