Cuando el techo se cae y la esperanza no aparece
El municipio Boyeros, en la zona de Wajay, ha vuelto a ser noticia, y no precisamente por un avance urbanístico ni por la inauguración de una nueva obra social. Esta vez, el protagonismo recae en un derrumbe que afectó a seis viviendas, sumando otro capítulo a la interminable novela de los “Derrumbes en Boyeros”, ese género literario tan cubano como el ron y el tabaco, pero mucho menos festivo. Según varias son las publicaciones de usuarios de Facebook en las que se muestra el suceso.
El suceso, que ya se ha vuelto rutina en la vida habanera, no sorprende a nadie. Si acaso, sorprende que no haya ocurrido antes, considerando el estado de las edificaciones y la crónica escasez de materiales.
Porque en Cuba, donde el cemento es más raro que el caviar y las reparaciones se anuncian con la misma frecuencia que los apagones, los derrumbes no son accidentes: son el resultado lógico de décadas de abandono, promesas incumplidas y prioridades invertidas.
Causas del derrumbe en Boyeros
Las causas del derrumbe en Wajay son tan evidentes como el deterioro de la infraestructura nacional. La escasez de cemento y otros materiales de construcción, la falta de inversión y una industria paralizada han convertido a la vivienda digna en un sueño inalcanzable para millones de cubanos.
En 2024, por ejemplo, solo se utilizó el 10% de la capacidad instalada para la producción de cemento, el cual según la nueva regulación del Gobierno tiene un precio de Dubai, y en lo que va de 2025 apenas se ha cumplido el 12,4% del plan de viviendas, cifras que harían sonrojar a cualquier ministro de la construcción, si quedara alguno con sentido del ridículo.
Qué pasará con estas familias tras el derrumbe en Boyeros

Foto de Facebook de Loidel Gainza
Pero la verdadera pregunta que se hacen los vecinos de Wajay, y de tantos otros barrios, es: ¿Dónde vivirán ahora esas familias? La respuesta oficial suele ser tan predecible como decepcionante: “albergues”. Pero cuáles, si los que se originaron terminaron por convertirse en sus casas, porque la espera que era “temporal” terminó siendo eterna.
La situación de la vivienda en Cuba es el resultado de una política habitacional que, durante décadas, ha priorizado el turismo y los grandes proyectos estatales sobre las necesidades básicas de la población, y suceden acontecimientos como este derrumbe en Boyeros, una y otra vez.
Mientras se levantan hoteles de lujo para visitantes extranjeros, los cubanos ven cómo sus casas se desmoronan, literalmente, sobre sus cabezas. Y cuando el techo se cae, la respuesta no es una solución definitiva, sino un traslado temporal, una promesa de reparación que nunca llega, o una carta oficial que reconoce la imposibilidad de ofrecer otra alternativa.
La ironía es que, en los informes oficiales, siempre hay un plan de rehabilitación, una comisión que estudia el caso, un dictamen técnico que recomienda la reparación o la demolición, según convenga, lo cual será seguro en este derrumbe en Boyeros. Pero la realidad es que la mayoría de los edificios afectados son declarados inhabitables y sus moradores, si tienen suerte, son enviados a albergues donde la privacidad, la higiene y la dignidad brillan por su ausencia.

Foto de Facebook de Loidel Gainza
A veces, la burocracia añade su propio toque tragicómico. Hay casos en que los vecinos se niegan a abandonar sus viviendas, no por terquedad, sino porque el remedio es peor que la enfermedad. ¿Quién quiere cambiar un techo agrietado por una litera en un albergue sin fecha de salida? ¿Quién confía en que, después de años de promesas, la solución llegará antes del próximo derrumbe?
Mientras tanto, la vida sigue en Boyeros, con el temor de que el próximo aguacero o el más leve temblor provoquen otro colapso. Los “Derrumbes en Boyeros” son ya parte del paisaje, una metáfora de un país donde el tiempo pasa, pero los problemas permanecen, y donde la esperanza, como el cemento, escasea cada día más.

Los vecinos ayudando a recoger los escombros del dolor. Foto de Facebook de Loidel Gainza
Quizás algún día, cuando los informes de cumplimiento no se midan en porcentajes ridículos y la vivienda deje de ser una utopía, los titulares cambien. Hasta entonces, los derrumbes seguirán marcando el pulso de una ciudad que se cae a pedazos, mientras sus habitantes se preguntan: ¿quién será el próximo en quedarse sin techo?